El horno sonó y nuestro bollito nació

He estado mucho tiempo desconectada, pero las circunstancias han sido las que han sido 🙂

Nuestro bollito nació el 23 de mayo y desde entonces nuestra vida ha dado un vuelco. Mira que nos lo imaginábamos, pero la realidad siempre supera a la ficción. Así que, aprovechando a que el nene descansa plácidamente después de su toma de desayuno, escribo para contar cómo nació nuestro bollito, aunque gran parte ya os la ha adelantado Gafapapá en el post anterior.

El jueves 22 Gafapapá y yo dimos un largo paseo por las calles de Madrid. En concreto, fue en la calle Castelló cuando noté algo diferente. Fue entonces cuando perdí el tapón mucoso (disculpas escatológicas). Como buenos alumnos que éramos, no le dimos mayor importancia ya que en las clases de preparto ya nos avisaron de que esta pérdida no era signo de parto inminente como tal. Así que llegamos a casa, cenamos unos sándwiches caseros riquísimos (de estos que haces con huevo frito y todo lo que se te ocurra) y bebimos una cerveza negra 0,0 que me supo a gloria. Eran las 00:30 de la noche cuando me metí en la cama. A las 00:40 rompí aguas.

La m30 no podía estar más vacía, así que el camino hasta el hospital fue muy tranquilo y sin dolores. Llegamos a urgencias y directamente me ingresaron cuando comenté que había roto aguas. En la primera exploración, la matrona, una mujer grandota que no me gustó mucho en la primera impresión, me comentó que posiblemente me tendrían que poner un gel de prostaglandina para inducir el parto ya que aparentemente no tenía contracciones. Me monitorizó y al irse empezaron de manera espontánea mis primeras contracciones. La ginecóloga de guardia observó que mi cuerpo ya se había puesto de parto, así que este gel ya no sería necesario. Lo que sí iba a necesitar era oxitocina para regular mejor mis contracciones, pero esto sería un poco más adelante.

Nos cambiaron de sala de dilatación a una más grande y cómoda y afortunadamente también cambió el turno tanto de la matrona grande como de la ginecóloga. Ninguna de las dos me dieron buena espina. La matrona siguiente era un amor. Me ofreció una pelota de pilates para calmar los dolores de esas primeras contracciones que se fueron intensificando con la oxitocina. La pelota estuvo bien un rato, pero la epidural molaba más. Antes de dar a luz no sabía si querría epidural o no ya que nunca había experimentado el dolor de las contracciones. Pero eran las 6 de la mañana aproximadamente, yo estaba solo de 2 cm y eso dolía MUCHO así que me dije: «con este dolor ahora no voy a llegar con fuerzas a los 10cm», así que, marchando una de epidural.

La anestesista hizo un trabajo impecable. No me dolió nada y la analgesia durmió lo que tenía que dormir. Nosotros también dormimos mientras de cuando en cuando se acercaba una ginecóloga a «echar un vistazo».

A partir de entonces el tiempo pasó rápido, hasta que llegué a estar «completa» y me dijeron que tenía que empezar con los pujos para que mi bollito fuera bajando. Esa parte, la de los pujos en la sala de dilatación, es la que se me hizo más larga y pesada. Al tener la epidural no sentía realmente si estaba empujando bien y me cansaba muchísimo. Pero Gafapapá me ayudó como no os imagináis. Casi sentí que hacía más fuerza él que yo!  Entonces llegó mi ginecóloga para ver cómo iba con los pujos y en uno de ellos le dijo a Gafapapá: «mira, asómate». Y la cara del futuro papi se convirtió de repente en la de papi de verdad al ser el primero en ver la coronilla de nuestro nene. Esto me animó muchísimo y me cargó de fuerzas y de energía. Esa expresión, esa mirada… no la olvidaré nunca. Jamás la había visto en su cara.

Así que, con la coronilla de bollito asomando, pasamos al paritorio. Bueno, pasé yo sola con el equipo médico. Gafapapá se quedó fuera vistiéndose de quirófano y esperando a que le dieran la señal para entrar dentro. A mí me cambiaron de camilla para ponerme en una de parto. Me pusieron mantas verdes por encima, me saludaron, se me presentaron y me dijeron que todo iba a salir bien. Mi ginecóloga me dijo que iba a hacer una ligera presión sobre mi abdomen porque el nene no había bajado del todo y había que ayudar. Mi cara mostró preocupación porque no me gustaba la idea de una maniobra de Kristeller. Pero me prometió que no me iba a hacer daño y que no era esta maniobra como tal, que solo era una ayuda. Y realmente lo fue. No me hizo ningún daño y me trató con mucho cariño. Además, el que me informara antes de cualquier maniobra era algo de agradecer.

Había otra ginecóloga en el parto, era la que sacó a mi nene con ventosa, la que me le enseñó, la que me asustó un poco cuando vio su cabeza salir y dijo en voz alta: «pero qué grande viene!» y yo dije: «eh? entonces qué hago? sigo empujando?», jajaja!. No sé muy bien si las palabras son suficientes para expresar lo que sentí en el momento de ver la cara de mi hijo. No, creo que no encuentro las palabras adecuadas. Me dijeron que alargara los brazos y le terminara de sacar yo por las axilas y así hice sin pensar y me le puse encima y estaba calentito y resbaladizo y tenía la misma cara de su padre. Ya estaba con nosotros 🙂

Y ahora viene la parte oscura en la que el peque no reaccionaba y se le llevaron a reanimación, cosa que duró poco porque rápidamente se puso a llorar y a patalear. Y luego la otra parte oscura en la que me dicen que mi niño tiene fiebre y que como habían pasado 15 horas desde que rompí aguas, corría riesgo de infección, así que se le llevan a la UCI de neonatos. Y luego la tercera parte oscura, casi negra, en la que me quedo sola en la sala de dilatación donde había estado 15 horas esperando a mi nene. Sola sin Gafapapá, que estaba haciendo papeleos de ingreso para el niño. Sola sin mi hijo. Sola.

Y luego ya no estuve sola porque me llevaron a la habitación que tenía asignada y allí me esperaba mi familia con lágrimas en los ojos y yo sin poderles presentar a su nieto y sobrino porque se le habían llevado a la UCI.

Pero a mí estas partes tan oscuras no me gusta recordarlas, así que no quiero extenderme mucho más. Pasaron los días (infernales) en los que tratábamos de sobrevivir en la UCI. Y yo, mientras, recuperándome (mal) de un parto. Y al final, llegó el día en el que dormimos en casa los 3. Digo «dormimos» por decir algo, claro. Porque desde entonces este concepto ha cambiado rotundamente. Pero lo afrontamos con felicidad y con paciencia, que yo creo que es la clave en todo esto de la maternidad/paternidad.

Por fin en casa

Lo que importa no es cómo se entra en un hospital, sino cómo se sale.

diehard2En nuestro caso, salimos siendo una familia de tres personas sanas. Agotados pero felices. En lo que a mí respecta, el día del parto terminó en ese momento. Fue un día largo, como ocho de los oficiales, porque el niño nació con un poco de fiebre y tuvo que quedarse en UCI hasta completar un tratamiento antibiótico.

No os voy a soltar esa mierda de «al final bien está lo que bien acaba». Fue una semana dura. Sobre todo las primeras horas, sin saber bien qué pasaba, si el peque se quedaba ingresado o no, qué tenía exactamente… Cuando la cosa se fue aclarando y respondió bien al antibiótico, cada día fue un poco mejor que el anterior. Y Gafamamá aumentó aún más la admiración que ya sentía por ella. Fue una roca en todos los momentos en que debía serlo, en todos los momentos en que el niño necesitaba que estuviese allí.

Nadie quiere pensar en que le va a tocar estar en una UCI de neonatos, pero suele ser uno de los motivos para elegir/descartar hospital de parto. No os imagináis lo felices que somos de haberlo tenido en cuenta. UCI allí mismo, y buena. No tengo más que palabras de gratitud para todo el personal de la UCI neonatal del Hospital Sanitas La Moraleja.

Aunque cada caso es un mundo, aquí hay algunas lecciones que os pueden servir:

  1. Ya lo he dicho: dad a luz en un hospital que tenga UCI neonatal allí mismo. Y que tengáis buenas referencias de ella. Imaginad tener que tragar la misma noticia pero con el niño en un edificio diferente del de la madre. No os la juguéis.
  2. Mete crema de manos en tu equipaje para el hospital. Nuestra UCI nos permitía estar a los padres tanto como quisiéramos, lo que significa que estábamos allí casi a todas horas. Cada vez que entras y sales debes lavar y desinfectar tus manos. Al final del segundo día puedes tener, como yo, heridas abiertas en varios dedos y los nudillos en carne viva hasta el punto de que el siguiente lavado duela. Ten crema a mano y coge el hábito de echarte un poco cada vez que salgas de la UCI.
  3. Piensa sólo en la próxima cosa que tengas que hacer. Como mucho, en la próxima toma. No hay mañana. No hay «la semana que viene tengo que». Piensa en corto plazo y lo menos posible.
  4. Sé un animal. Come cuando toque, aunque no tengas hambre (un buen truco es comer poco pero cinco veces al día, como los niños). Y si tienes hambre, también. Necesitas fuerzas y no sabes cuándo podrás volver a comer con calma (o sin ella). Mantente hidratado. Duerme cuando tengas ocasión. Si te derrumbas de agotamiento, generas un problema más.
  5. Sobre los alimentos, recuerda que algunos son ansiolíticos naturales. El chocolate, por ejemplo. Y algunas frutas.
  6. Ayuda a la madre. Haz que coma cuando debe. Haz que beba. Haz que descanse. Ella está pasando por lo mismo que tú y además está convaleciente de un parto.
  7. Da por hecho que no lo harás bien. Nadie ensaya para esto. A nadie le sale bien. Habrá momentos en que no cumplirás tus propios consejos, en que te equivocarás, en que te derrumbarás. Perdónatelo por anticipado.
  8. Sé consciente de que no estás al 100%. Estás maldormido y sometido a estrés. En mi caso, ser consciente de esto fue un factor para decidir a qué horas iríamos a casa y a qué horas de la mañana volveríamos al hospital. Escogimos un horario en que sabía que no habría tráfico. Un atasco puede añadirte nervios (como si te hiciera falta) y quitarte tiempo de ver a tu hijo. Además, no tienes los mismos reflejos que en condiciones normales de conducción. Personalmente, aparcaba a las 6:00-6:30 ante el hospital.
  9. Sé sincero con los demás. Lo más probable es que no te dé tiempo de avisar del nacimiento ni de atender a todo el mundo ni de recibir visitas (estarás o viendo al niño o durmiendo/comiendo). Dilo sin complejos. El que te quiera lo entenderá. El que no, no merece tu tiempo.
  10. El móvil que no se está usando se está cargando, sobre todo de noche. En la UCI tienen tu teléfono y estos son los últimos días en los que quieres quedarte incomunicado.
  11. Ten siempre monedas a mano, guarda el cambio y atesóralo. A según qué horas, la máquina de vending es lo único que está abierto para calentar el estómago con un café o sacar (a ti o a la madre) algo de comer o beber.
  12. …Añadiría que no pienses en el tiempo que falta para el alta, sino que cuentes el que ya has dejado atrás, recordando que esas horas ya no tienes que volver a pasarlas. Pero es un consejo que sólo sirve si te ocurre que, como a nosotros, tienes una fecha probable de alta muy clara. Soy consciente de que en eso fuimos afortunados.

Del hospital en sí tengo poco que decir. Trato amable de todos los profesionales del parto, buenas instalaciones, cafetería cara y de calidad regular-mala, como es de esperar en un hospital (aunque el desayuno es aceptable y café con leche, no sé por qué, me pareció muy bueno).

Tuvimos suerte, dentro de todo. El niño nunca estuvo grave, nunca temimos por su supervivencia, etc. Si te ocurre y tienes una suerte parecida, cada bebé que veas marcharse será como una promesa de que tu propia alta se acerca, de que de allí se sale. Y tus primeras horas con tu niño siguen siendo tan especiales que te verás sonriendo y quizá hasta soltando una carcajada, aunque las primeras horas o días lo hubieses pensado imposible en un sitio así. También terminarás viéndole las ventajas: la ayuda de las enfermeras fue muy importante para instaurar la lactancia con nuestro bollito y de algún modo tuvimos un curso acelerado de cómo cogerle/cambiarle/cuidarle y de a qué signos hacer caso y a cuáles no.

Espero que nunca os toque. Si os toca, pensad sólo en lo que os he puesto al principio: no importa si se entra ni cómo se entra. Importa cómo se sale.